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LAS HISTORIAS DE QENA

El precipicio

El precipicio

El whisky no me sabía como otros días. Me encontraba sentado en mi taburete favorito, con los ojos próximos al vaso tratando de enfocar mi propio reflejo sobre el licor. Siempre tomaba uno al salir del gimnasio, en esta sobria taberna, donde nunca había conversación.

 

Entro un tipo y se sentó a mi lado. Yo al principio ni lo miré, seguía sumido en mis pensamientos, en mis innumerables e irresolubles problemas. Pero él inició la conversación…

 

− ¿Mal día amigo? Tiene mala cara

 

Tardé unos segundos en contestar, mientras miraba su rostro. No me gusto. Algo en aquel tipo me causaba ofuscación. Decidí dar una contestación cortante.

 −Es la mía y está siempre así. − Y volví a centrar mi atención en el vaso. Me veía a mi mismo como una especie de aberración.

El tipo pidió un gintonic y durante unos instantes no volvió a hablar, aunque se le notaba inquieto sobre el taburete.

 

− ¿Ha oído hablar del asesino, ese que azota nuestra ciudad? Cuatro niñas nada menos, y las malas lenguas dicen que hay sexo después de muertas… ¿Qué le parece?

 

− Me parece que es mejor que antes, así no sufren.

 

− Ese es un punto de vista realmente extraño amigo, realmente extraño… pero no te falta razón.

 

Aquel hombre tenía un aspecto añejo, con gafas de culo de botella de pasta marrón, grandes, completamente pasadas de moda y una sonrisa siniestra. El hombre continuó hablando, parecía que no podía dejar de hacerlo.

 

− ¿Qué puede motivar a alguien a realizar actos como ese? ¿Qué pasa por la mente de alguien así?

 

− El deseo− respondí−. La gente no comprende que el deseo para algunos resulta irrefrenable. Cuando el deseo no llega para satisfacernos, algunas personas, caminan hacia el precipicio para saciarlo.

 

− Caramba amigo, parece que tiene respuestas para todo, incluso diría que conoces al autor de tan macabros actos.

 

− No lo conozco, pero contrariamente a los demás, puedo llegar a comprenderlo, aunque me causen nauseas como al resto de los mortales.

 

− Eso me deja más tranquilo.

 

Estaba harto de aquella conversación, apuré mi trago y pedí la cuenta.

Anochecía y me acerqué a pasear por el parque. Dos preciosas niñas jugaban con una cuerda… estaba realmente deseables… esa noche, el deseo me precipitaría al precipicio una vez más.

                

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