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LAS HISTORIAS DE QENA

Y para que sirve saber la edad

Y para que sirve saber la edad

José miraba la casa desde un peñasco, la miraba, pero no la veía. Recordaba a su padre arreglando las ventanas y el tejado y a su madre regando las macetas de los alféizares. Sonrió, a la vez que percibía el calor que le regalaban los últimos rayos de aquel sol primaveral. La casita era de piedra y madera, surgía de la tierra como un milagro, la poderosa piedra .dominaba en su visión a la madera , pero esta se defendía altiva con el techo coronado de pizarra. Olfateó el aire y pensó que iba a llover, prestó atención al viento y estaba quieto, se reafirmó en su pensamiento, echó una ojeada a sus animales todos estaban en el establo porque como él, ellas también lo sabían... Antes de retirarse a descansar oteo el cielo: al sol se lo había tragado la tierra y en su agonía había dejado pinceladas de naranjas, fucsias, amarillos, rojos..., se sintió complacido del espectáculo y tuvo suficiente para dar por terminada la jornada..

 

No conocía días de calendario, entre otras cosas porque no tenía, pero si sabía cuando llegaba cada estación incluso antes de que cualquier papel se lo anunciara.

  

Vivía de lo que sus animales y la tierra le daban, de las cabras: la leche, le templaba el estómago, hacía queso y su lana le abrigaba en el invierno de las gallinas, sus huevos, carne y compañía. Comía las frutas del tiempo, las verduras que él labraba, y el pan que él mismo hacía unas veces de maíz otras de trigo.

  

El clima era austero de alta montaña con fríos inviernos blancos y cortos veranos que se mezclaban con primaveras y otoños. Aquel lugar parecía olvidado de la mano de Dios, el tiempo se había parado, el silencio espectral de la montaña no tenia reloj, nada marcaba el ritmo sino el sol, las estrellas, el frío o el calor...

  

José cuando murieron sus padres, hacía mucho de eso. se quedó solo sin mas familia que sus animales; que ni siquiera perro le quedó ya que también murió y al no tener hembra no le dejo descendencia de compañero. Amaba los atardeceres ventosos del color del fuego, el reventar de colorido de las flores del bosque y la pradera, que impregnaban su retina y construían las nuevas células de su cuerpo, imaginaba que sus huesos se coloreaban como ellas y su sangre enrojecía mas que nunca.

 

La primavera como cada año, dio paso al verano, El tiempo ojeaba plácidamente las paginas de su libro, las estrellas veraniegas volvieron a aparecer ¡como si estuvieran nuevas! Con un brillo a estrenar, impecable, dispuestas a lucir sus mejores galas. Con esa luz que sólo en los cielos oscuros de los altos lugares se puede contemplar, al amparo de grillos y de mas fauna nocturna, disfrutaba de toda la bóveda celeste que se le ofrecía; no se cansaba de su belleza y gustaba contar las estrellas fugaces como si de cohetes de una fiesta de pueblo se tratara.

 

No muy a lo lejos el bosque de abetos y pinos en verano se tornaba en especial protagonista. Su frescura no era comparable mas que al agua del riachuelo. Al pasear por él, José recibía miles de finos rayos de sol que se filtraban por los árboles como podían a duras penas entre las frondosas y competitivas ramas; una cortina tejida de hilos de oro rayaba el paisaje. Su sonido: ecos silenciosos, algún pájaro irrespetuoso, alguna ardilla mañanera, el piar hambriento de un nido impaciente, ¡lo envolvía. Recogía pinas, que a posterior le serviría de leña y sus piñones de alimento. Su olor:: tomillo, espliego, lavanda llantén, diente de león, brezo, romero, alguna orquídea...,    impregnaban al bosque a modo de perfume . Aquella mañana de verano -el bosque estaba realmente acicalado -pensó José.

 

Casi sin darse cuenta llego el invierno, y vistió las montañas de novia con un blanco inmaculado, profanado solo por el rastro de pasos de algún animalillo.

 

La vida sé ocultó.

 

El paisaje parecía dormir el sueño eterno, José calzaba sus raquetas de nieve y gustaba salir a pisarla, y oír como crujía a su paso. Vigiló: que a sus animales, no les faltara comida en el establo, que el techo de su casa no tuviera demasiada nieve. Se alegró de haberse dejado la barba por el abrigo que sentía, y se dispuso a retirar la nieve del caminito hacia la puerta; este año había llegado casi a las ventanas y pensó que hacía tiempo que no nevaba tanto.

 

Su vida transcurría sin más, ni demasiado lenta ni demasiado rápida; al compás de la naturaleza, viviéndola como llegaba.....

 

El invierno comenzó a dar por terminada su visita, después de cinco meses de nieve. Y la primavera con su cálida escoba barría los restos de hielo y con sus largos dedos escudriñaba en las madrigueras invitando a bailar su vals a todos los perezosos animalillos que despertaban del aletargado sueño invernal..Aquella mañana José mientras partía piñones sobre una piedra, observó que en el paisaje quedaban muy pocos restos de nieve; sólo en las partes mas altas se podía ver una pequeña capa. En ese instante entre el ruido del viento y sus pensamientos oyó a lo lejos un chasquido de ramas, se levantó y quiso mirar  para investigar, no vio nada, aún así, no perdió de vista eí horizonte.

 

Hasta que como premio a su insistencia vio como se acercaba hacia él una figura cansada. Se levantó no sobresaltado, pero si sorprendido, hacía mucho tiempo que no veía un ser humano.

 

El caminante era un hombre moreno, delgado, con barba de algunos días, de paso firme y ágil; llevaba a la espalda un bulto enorme a modo de equipaje; a medida que se acercaba hacia José esbozaba una sonrisa de saludo.

 

José así lo interpretó y su ligera vigilancia del principio fue tornándose, en relajada acogida.  -Buenos días- dijo el forastero,  José lo miró todavía sorprendido y un poco balbuceante contestó el mismo saludo. El improvisado visitante se presentó- me llamo Enrique- y alargó su mano incitando el saludo; se quedó mirándola y con un gesto no entrenado le respondió con la suya, con sencillez.

 

-Yo José- contestó.

 

-Estoy de paso, y hace una semana que no veo a nadie por aquí- José le contestó.

 

-En estas tierras hace mucho tiempo que no vive gente-. Enrique echó un vistazo rápido a la casa, el, establo y sus alrededores, el lugar le pareció precioso, tranquilo, justo lo que estaba buscando transcurrieron unos instantes incómodos, porque ninguno de los dos sabía que decir. Hasta que José rompió el hielo.

 

-¿en qué le puedo ayudar?. Enrique.

 

-verá... si usted tuviera a bien dejarme dormir esta noche en su establo.

 

José le miró a los ojos escudriñándolos como hacía cuando se enfrentaba a un jabalí para descubrir su intención o no de atacar, y vio en ellos buenas intenciones, le ofreció su casa.

 

Enrique contento quiso pagar su hospitalidad, y sacó dinero. José los miró...

 

-esto aquí no sirve de mucho -dijo tímidamente.

 

-Tiene razón improvisó rápidamente Enrique,

 

-¿qué le parece si lo ayudo en sus tareas?

 

- eso no me parece mal- contestó José.

 

Le invitó a pasar a su casa. Enrique se encontró con una estancia perfectamente ordenada, era cuadrada sin paredes intermedias; la puerta ocupaba el centro de uno de los lados, entrando a la derecha, colgaban en la pared arcos, flechas, una lanza, unos esquíes de madera y unas raquetas de nieve, entre otros utensilios.

 

La cabeza de un gran jabalí disecada con unos ojos vítreos, recibía desafiante al invitado.

 

José le hizo pasar y le indico una tosca mesa de roble, el calor tímido de la chimenea, era suficiente para un día de primavera en la montaña. Desde una de las ventanas los rayos tenues del sol se alargaban jugando con las llamas El resplandor del fuego sombreaba el paso del tiempo en la cara   de José, aparecía apacible, sencilla, llena de paz; ,el reflejo plata del cabello le daba un aspecto venerable casi mágico.

 

Enrique inspiró profundamente la tranquilidad que flotaba en el aire; como queriendo retenerla en sus pulmones y envidió aquel hombre sin prisas, humilde lejos del estrés del mundo civilizado, lejos del cemento, del ruido, del progreso, de la radio, la televisión, de la comida basura, del mundo de las apariencias, de la ambición, del odio...

 

Se escuchaban los pájaros primaverales, se olía a fuego y se saboreó aquella leche que sabía a gloria. José era un hombre parco en palabras, pero su mirada lo decía todo.

 

-José, vive sólo?

 

-Si- contestó. Aunque se acabarán de conocer una corriente de ida y vuelta había nacido entre los dos, con la sensación, de haberse hallado el uno al otro.

 

-¿Cuántos años tiene? - siguió preguntando Enrique.

 

-No lo sé, exactamente, deben ser unos cuantos..

 

-yo tengo cuarenta y tres años, apresuró a decir Enrique, estoy justo en la crisis de los cuarenta sonrió.

 

José con ingenuidad preguntó...

 

-¿y para que sirve saber la edad

 

La pregunta le dejó perplejo. nunca se lo había planteado -continuó José,

 

-saber la edad no sirve para mucho ¿no cree?

 

-hombre sirve para saber que ya eres viejo por ejemplo -contesto Enrique.

 

-En tu mundo, Enrique, los años actúan como una gran carrera de fondo, para llegar no se sabe exactamente a que meta; con prisas, angustias, absorbidos por un tornado invisible que te obliga a seguir, sin pensar; a competir, llenar una casa de cosas inservibles en su mayoría; casarte, tener hijos...

 

-Ah! pero cuando todo eso lo has llevado a cabo, algo falla....todas las formulas que te ofrecen para ser feliz no funcionan. Y la gente se siente vacía, marioneta, cansadas de la rueda que le han hecho mover para que todo siga igual. Y comienza la gran búsqueda.... .

 

-Todo está en nuestro interior Enrique, la felicidad, es única, intransferible, no se compra ni se vende te la tienes que trabajar solo mirando hacia dentro y respondiendo a tus propias preguntas sólo así podrás encontrarla.

 

-¡Para eso sirve saber la edad, para saber dónde has llegado, y cuanto te queda!. .Estas montañas no saben quien es el mas viejo de los dos, están ahí de testigos silenciosos, sin juzgar, solo observando la desmedida del género humano.

 

Enrique se quedó perplejo. José en su inacabable monólogo le preguntó ¿Qué buscas tú en estas montañas?

 

-Quizá a mí mismo- respondió abrumado.

 

-Algo cambió en la mente de Enrique aquel día, algo que le dio serenidad, y le quitó importancia al transcurso del tiempo. Y sobre todo le llenó de respeto a la vida.

  

1 comentario

q t importa -

pra que sirve el té de diente de león