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LAS HISTORIAS DE QENA

Ella

Ella  

Pasaban de las once de la mañana, cuando la puerta de mi pequeño restaurante, se asomó el rostro de aquella mujer que más tarde escenificaría el suceso del cual no pude hacer nada para evitarlo. Mirando cuidadosamente todo el salón, daba la impresión de buscar a la persona con quien quedó de encontrarse, pero unos minutos después, pude comprobar, que trataba de acomodarse en una mesa que le permitiera mirar hacia un lugar específico.

 

Tomaso, era un viejo que iba desde que el primer dueño fundó ese lugar. El octogenario leía su periódico todos los días, cubriéndose la cara por largo tiempo concentrado en su lectura, parecía no advertir la llegada de aquella mujer. Quise esperar a que ella tomara su tiempo, mientras se ubicaba en la mesa que le quedaba frene a la del anciano, mirando hacia la calle a través del cristal.

 

Era una mañana de pocos clientes. Las primeras dos horas, y a partir de las cuatro de la tarde, eran los mejores momentos del restaurante. Mi sobrino Antonio, alternaba el tiempo libre de su trabajo, cuando el cocinero lo necesitaba, ahí estaba, su eficacia se extendía desde preparar las verduras, hasta ayudar a Choni (la camarera) a dar órdenes. Era un muchacho alegre, su delgadez y su estatura le proporcionaban cierto atractivo, sus ojos claros y su sonrisa, parecía combinarla con su altivez, sabía en su interior lo que tenía, su piel bronceada salpicada de pecas llamaba la atención de las muchachas. Quería mucho a mi sobrino, aunque tuvimos una larga discusión esa mañana, por haber llegado al amanecer.

 

Durante varios días me dio por observar su comportamiento, algunos cambios en su conducta me inquietaban, frecuentaba ciertos amigos que no me convencían del todo, su juventud precipitaba sus actos, a sus veinte años veía mis consejos como represalias. Al manifestarle que su madre estaba muy preocupada, porque no durmió en la casa, me dijo que ya era un hombre y que lo dejara tranquilo, nunca me había hablado así, su rebeldía era parte de la camarilla con que se juntaba. Pero cuando realmente me sacó de mis casillas, fue cuando escuche una conversación por teléfono con uno de esos amigos. Con una vanidad desmedida, le contaba su desbordante noche de sexo con una prostituta, se notaba su orgullo desmesurado al exhibir su nueva faceta de macho insensible, le decía que no le había dado ni un euro, y que era de las caras, de esas que andan con todo elegante, y que les ponen buen precio a su cuerpo. Cuando colgó, tuvimos una larga discusión, fue tan acalorada, que mi enojo me provocó palpitaciones, por lo que pensé tomarlo con más calma. Le dije que se fuera a su trabajo. Unos meses antes, él mismo me pidió que lo recomendara en la tienda de calzados que quedaba al frente, el dueño era un árabe, mantenía muy buenas relaciones con todos los comerciantes del bloque, en un buen gesto le acomodó el horario para que pudiera ayudarme.

 

Precisamente pensaba en mi sobrino cuando entró esa mujer. Choni no estaba, le había dado permiso para comprar un regalo de cumpleaños a su hija, por lo que en ese momento yo estaba de camarero.

 

-¿La puedo ayudar?- le dije con cortesía

 

 -Un café por favor- contestó a media sonrisa.

 

-¿Algo más?- pregunté, tratando de complacerla.

 

-Por ahora si, luego veré el menú- dijo -¿puedo fumar? Añadió.

 

-Por supuesto- le dije, mientras caminaba a buscar lo pedido.

 

Le serví el café, y entre cuenta y cuenta la miraba como dejaba caer el azúcar lentamente hasta endulzar a su gusto, luego removía la bebida con la pequeña cuchara, se le veía pensativa, de vez en cuando se notaba cierto grado de impaciencia, se esforzaba por controlarse, pero no pudo evitar derramar el líquido en el pequeño plato. Luego encendió el cigarrillo, inhalando el humo con placer, dejando expandir el humo en dirección al cristal, lo colocó en el cenicero, moviendo la silla hacia atrás con cierta delicadeza. En ese momento fijé mi vista en las facturas, pensaba que ella me había sorprendido mirándola. Un sonido seco de unos pasos que rechinaban en el piso de granito, se acercaba cada vez más. Cuando decidí mirar ya estaba frente a mí. Pude notar unos ojos cansados, seguro de una mala noche, por su vestimenta no parecía venir de su casa, una noche de rumba sin un final feliz, fue la impresión que me causó. De sus labios surgió la pregunta que pudo haber sido el motivo por el cual entró a tomar el café, pero mi experiencia no me sirvió en esa ocasión, buscaba algo más.

 

-¿Puedo pasar al baño?- preguntó, con voz un poco apagada.

 

-Al final a la derecha- le dije.

 

Mientras iba por el estrecho pasillo, pude ver con exactitud su bien formada figura, su vestido negro, apretado al cuerpo, sus piernas, de piel clara y limpia, zapatos negros, de tacos altos, hacían que con sus movimientos se viera más voluptuosa. El perfume de Boucheron que se adhería a un sudor seco, confirmaba mi conjetura. Al regresar del baño, el cambio fue notable, su pelo negro mejor arreglado, el maquillaje magistralmente renovado, el carmín en sus carnosos labios acentuó su sensualidad, sus ojos negros estaban más despiertos, me preguntaba si la frescura que irradiaba su cara era producto de un baño de agua fría. El cambio le hizo tener más confianza.

 

-Es muy limpio este lugar- me dijo.

 

-Gracias-

 

Miraba el suelo, como si pasara inspección, observó las mesas vacías con sus manteles blancos, luego fijó su vista hacia la calle mientras caminaba a sentarse. Le llamó la atención la flor que estaba colocada en el pequeño envase, tomándola en sus manos y comprobando que era artificial. En ese instante, vio que salía una persona de la tienda de zapatos. Desde mi posición, no podía mirar quien era, fingí que iba a preguntarle algo al viejo para tomar mejor ángulo, estaba alguien parado en la puerta de la tienda, camisa blanca corbata negra, todos los empleados del árabe vestían de esa manera. Mientras conversaba cualquier cosa con Tomaso, me ponía mis gafas, pude ver bien su cara, era mi sobrino, venía en dirección al restaurante, pero procuró mirar por el cristal, eso lo hacía con frecuencia, para ver si yo necesitaba ayuda. La mujer se acercó más al vidrio, yo estaba casi detrás de ella, podía ver perfectamente como empalidecía el rostro de Antonio cuando ambas miradas se cruzaron. Pensé por un momento que iba a volverse, pero caminó hacia la esquina y dobló fingiendo buscar algo.

 

Como si perdiera la calma y decidiera luchar contra el tiempo, la mujer pidió la cuenta. Cuando procedía a darle la vuelta, en un acto de impaciencia se paró delante de la caja, dio las gracias y salió precipitadamente, pude caer en cuenta cuando me acerqué al cristal, al verla cruzar la calle y doblar la misma esquina por donde iba Antonio.

 

Unos pensamientos que trataba de evitar insistían en atormentarme. Tomaso se había despedido alegando que tenía una cita con el médico, pasaron unos minutos, cuando iba camino de la cocina para decirle al cocinero que atendiera el negocio por un momento, la puerta se abrió nuevamente, el anciano regresaba, intentaba decirme algo, pero no podía, le pregunté que le sucedía, el pánico se apoderaba de su rostro envejecido, sus ojos desorbitados me anunciaban el preámbulo de la mala noticia, hasta que pudo hablar.

 

-En la esquina, tu sobrino está tendido en el pavimento, con una puñalada en la espalda- dijo con voz triste y temblorosa.

 

Mi impotencia me inmovilizó, con un impulso casi mecánico, pude mirar hacia la mesa donde estaba esa mujer, la flor artificial volteada en su envase sobre el blanco mantel, el cigarrillo apagado en el cenicero, la taza de café que aún no estaba recogida, t que en su borde se veía pintado el carmín de sus labios, dejando el recuerdo de su espera.

    

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