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LAS HISTORIAS DE QENA

El abuelete

El abuelete

Que había estado yo paseándome a las tantas de la madrugada por la ciudad de Esna, y mira por donde recalé en su mercado de frutas y verduras. Después de haber estado andando todo el mercado, y más cansado que “una burra con 20 horas de arreo”, conseguí divisar un murete en la linde de tal mercado. Fui hacia allí y me senté, con el objeto de descansar un poco y como no, distraerme con los “chascarrillos” de los lugareños en su ajetreo mercantil.

 

Y no se… quizás mi cara demostrase lo cansado que estaba, pero en eso se me acerca un abuelete, con pinta de tener más años que Matusalén, con su chilaba, su bonete, y una cara que sólo los abuelotes egipcios saben poner: Alegre, candorosa, con unos ojos de pillo, y una sonrisa guasona de las de… “aquí te pillo y aquí te mato”.

 

En eso se me acerca, y mirándome fijamente, me empieza a hablar en su lengua. La cuestión es que no entendía nada de nada. Yo en vista de que no nos aclarábamos, empecé a usar el idioma internacional, por señas.

 

A si que empezamos a entendernos perfectamente. El abuelo me estaba diciendo más o menos lo siguiente

- Chaval, cansado te veo.– A lo que yo de igual modo respondí:

- Pues ya ve, después de andar tanto, se puede imaginar como estoy… hecho tri-zas…

 

- Pues espera un poquito que ahora vengo. –. Y ahí me quedo yo, más intrigado que antes, sentado en el murete, y observando el paisaje del mercado.

 

Al cabo de unos breves minutos, me viene el abuelo, llevando entre sus manos una tajada de sandía; fresca, jugosa... Siendo la hora que era, cansado como estaba y habiendo cenado en el barco a las 9 de la noche. Y pensé: “Aquí el abuelo, ya viene en plan de conseguir el euro de turn, que más da uno más que uno menos. En más tonterías me los gasto, y esta tajada de sandía, esta diciéndome… cómeme.”

 

Vaya lo equivocado que estaba:

 

Se me acerca el abuelo, con una sonrisa y ojos bonachones, y me dice

 

- Toma chaval, que esta tajada de sandía es para ti

 

Y me la entrega. La tomo diciendo el sokram (gracias), y advirtiendo la expresión de felicidad del abuelete, y en vez de echar mano al bolsillo para tomar unos euros, saco del bolsillo del pantalón un paquete de tabaco. He de decir que el paquete esta aún por empezar, y no me molestó en absoluto, obsequiadle con el paquete entero de tabaco.

 

Y anda lo que pasó…

 

El abuelo, con una parsimonia no apta para nerviosos…. quita la funda de plástico…. abre la cajetilla… saca un cigarrillo… se lo enciende…. aspira profundamente…

 

¡…y me devuelve el paquete….!

 Y con esa mirada socarrona de profunda sabiduría que sólo los abuelos suelen poner, va y me suelta.: – “Salam” –. … Y se va.

Y ahí me quede yo, con la sandía en la mano, pasmado Reaccionando a los breves momentos, me levanté del murete y a voz de grito porque el abuelo ya se estaba alejando, le grite:

 

- ¡Sokram Habibi, Salam Aleikum!

 

El abuelo se gira, y poniendo una mano en el corazón, me dice:

 

- Salam Aleikum

 

Me vuelvo a sentar en el murete, y con un sentimiento de felicidad me comí la sandia.

 

Cuando me dirigía hacia el barco, no dejaba de pensar en el abuelete del mercado y en lo feliz que era.

 

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