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LAS HISTORIAS DE QENA

El viejo de barba blanca

El viejo de barba blanca

Aquel lugar parecía una bella postal Navideña. Desde lejos se veía una enorme alfombra blanca cubriendo todo el pueblo. Los primeros rayos de sol le daban un brillo mágico.

 

La tormenta había comenzado en la madrugada y aquel 25 de Diciembre había amanecido nevado. Aquel anciano dibujaba una sonrisa, mezcla de alegría y satisfacción por el trabajo que había realizado la noche anterior.

 

El vivía solo en una pequeña casa situada cerca de las montañas,. Sus hijos residían en la ciudad, a pocas horas de allí. Esa noche vendrían a visitarlo con sus esposas e hijos para cenar con él e intercambiar regalos.

 

Después de enviudar y se jubilarse de cartero, decidió que no quería vivir en ninguna gran ciudad, de esas donde impera el bullicio y el stress. Prefirió la calma, la soledad, el aire fresco y el aire puro de las montañas. Tenía un compañero fiel, su perro perdiguero, muy inteligente, llamado Cartucho que lo acompañaba a todos lados.

 

Los habitantes de aquel lugar no lo conocían bien, sin embargo, como salía bastante y vivía solo lo llamaban “el viejo de la barba blanca”. Esto no lo molestaba en lo más mínimo, a veces se reía de las ocurrencias de la gente.

 

Desde las viejas ventanas de su casa podía apreciar el encanto de aquel lago azul. En verano veía la gente pescar, algunos nadaban y remaban allí. En invierno cuando se congelaba el lago, los niños y jóvenes jugaban allí; sus risas y bullicios se confundían con los ruidos de los animales, se oían hasta su cabaña, le gustaba oír la risa de los niños.

 

Aquella Navidad no era distintas a otras, como el lago estaba congelado los niños aprovecharon para estrenar sus nuevos juguetes navideños; unos patinaban felices y los demás jugaban con sus trineos deslizándose rápidamente por las laderas.

 

Procuraba pasar una día de reposo, viendo televisión y oyendo música de Navidad en su antiguo tocadiscos: “La canción del tamborilero” Aquella canción de Raphael le gustaba mucho.

 

Unos ladridos fuertes lo despertaron de sus pensamientos, Cartucho parecía asustado, un pánico lo sacudió; pensaba que se trataba de algún alud o algo parecido. Se asomó otra vez por una de las ventanas y vio como los niños salían del lago. Enseguida se imagino que el hielo se estaba rajando.

 

Corrió tan rápido como pudo, llevando consigo una soga gruesa para ayudar por si había alguno dentro del agua. Cuando lo vieron venir, algunos niños empezaron a gritar asustados, pero él no les hizo caso y prosiguió a salvar al pequeño niño que estaba en la parte del lago que se había agrietado.

 

A los pocos segundos ya lo tenia fuera de aquella agua congelada, sano y salvo El niño emocionado y asustado le regaló una gran sonrisa...., aquel viejo señor de barbas blancas le pareció Santa Claus, sus amigos también pensaron lo mismo, todos lo aplaudieron y le agradecieron lo que había hecho.

 

Desde aquella Navidad todos lo conocen como el Santa, pocos conocen su verdadero oficio; todos creen que se la pasa descansando. Sólo su fiel perro Cartucho sabe bien que se la pasa trabajando en su taller y contestado cartas.

  

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