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LAS HISTORIAS DE QENA

El calenton

El calenton

Estaba acojonado. No solía dedicarme a hacer esta clase de trabajos, pero cuando el hambre aprieta, tienes que correr hacia alguna parte, y la idea en principio no me pareció tan descabellada.

Parecía fácil. Yo solo tenía que llevar aquel coche hasta un pueblo perdido en el sur de España, dejarlo en un garaje y volverme en un avión a Galicia, ellos se ocuparían de lo demás. No tenía ni idea de qué coño habían metido aquellos hombres en el maletero, tampoco estaba seguro de querer saberlo, no podía ser nada bueno dada la gran suma de dinero que me iba a embolsar por aquel maldito viaje, de saberlo, no podría evitar que mis piernas empezasen a temblar sin control en el caso hipotético de que la policía me parase en un control rutinario, no tardarían nada en registrar el coche de arriba abajo al ver mi reacción, seguro que me pasaría una buena temporada en el talego, y no me gustaba nada la idea de que mi virgen culito fuese profanado por algún hijo de puta hambriento de sexo y sus amiguitos en la típica escena taleguera de la ducha y el jabón, pero, qué diablos, no encontraba más salidas, llevaba meses durmiendo en la parte trasera de mi coche y comiendo las sobras que recogía del contenedor de un conocido restaurante de mi barrio, vamos, estaba todo lo desesperado que un hombre puede llegar a estar, debía hacer este viaje, así podría sobrevivir algunos meses más hasta encontrar un trabajo con el que poder seguir adelante con una vida algo más digna, algo más digna que dormir en un coche y repartirme las sobras del restaurante con los gatos de los alrededores.

Llevaba ya unas horas de viaje; estaba muerto de sed; sed y calor, mucho calor, la temperatura rondaba los 40º, y mi mierda de coche no tenía aire acondicionado. Me habían dado un adelanto para los gastos del viaje y para el billete de avión que me llevaría de vuelta a casa, pero, al carajo, hacía tiempo que no tenía casa, mi casa era mi coche, me buscaría un curro en Andalucía y me quedaría también con la pasta del billete, aunque pensándolo bien, esa cifra era insignificante en comparación con la gran suma de dinero que me iba a embolsar con este trabajito, y ¿cómo coño iba a cobrarlo si no volvía a Galicia?. El calor estaba volviéndome loco; me encontré con un área de servicio y decidí parar a repostar gasolina, comprar agua fría, y refrescarme un poco en el lavabo.

Mientras pagaba el agua y la gasolina noté una presencia a mis espaldas, casi podía sentir su aliento en mi cuello, me giré y vi que se trataba de una chica, aunque ya había percibido el olor de su perfume, eso y su respiración acariciando mi cuello habían conseguido ponerme cachondo antes de que pudiese volverme a mirarla. Estaba realmente buena. Su larga melena castaña oscura caía mojada por encima de sus hombros, seguramente se le habría ocurrido la misma idea que a mí y había ido al water a refrescarse, eso la hacía aún más atractiva, me estaba poniendo a cien, llevaba puesta una camisa vaquera con un nudo a la cintura y las mangas recortadas, seguramente con una navaja, el corte era bastante irregular y todavía podían verse algunos flecos que le daban un aspecto todavía más salvaje. La mayoría de los botones de su camisa estaban desabrochados, dejando al descubierto una gran parte de aquellos pechos de ensueño que desafiaban la ley de la gravedad, y que, mojados por las gotas de agua que se iban escurriendo de su pelo, eclipsaban casi por completo aquella minifalda, vaquera también, que seguro dejaría parte de sus nalgas al descubierto si decidiese agacharse a coger algo en una de las estanterías inferiores. No recuerdo exactamente qué fue lo que me susurró al oído, solo recuerdo que mi paquete estaba a punto de explotar.

Salió de la tienda y me hizo una seña, parecía insinuar que la siguiese hasta los baños; me pareció una idea cojonuda. Le dejé al dependiente un billete de 50 euros encima del mostrador.

- Quédate con la vuelta amigo.

Con las prisas me olvidé la botella de agua, pero no perdería el tiempo volviendo a por ella. Me di cuenta de que no había cerrado el coche con llave, pero tampoco tenía tiempo para eso. Ella me llevaba unos metros de ventaja, se detuvo unos segundos en la puerta del W.C. , me miró, sonrió y entró en el lavabo de caballeros. Cuando entre yo, ya se había quitado la camisa, me besó violentamente, la muy zorra casi me arranca la lengua, mi paquete estaba ya al rojo vivo, me la saqué, le subí la falda y le bajé las bragas hasta las rodillas.

– ¡Espera! – me dijo.

– ¿Tienes un condón?

– No, no tengo ningún condón.

– No vamos a hacerlo sin un condón.

- ¿Qué?

- Lo que oyes, si no hay condón no hay polvo.

– Oh, ¡mierda!

No llevaba condones ni en mi cartera ni en el coche, ¿Quién me iba a decir a mí que iba a tener la oportunidad de echar un buen polvo en este viaje de “negocios”? Lo más que se me había pasado por la cabeza es que acabasen rompiéndome el culo si terminaba en el talego. Todavía no sabía si esto me estaba pasando de verdad o si estaba delirando por culpa del calor y los nervios.

– Creo que tengo alguno en mi coche – dijo.

– Espérame aquí, vuelvo enseguida.

Claro que la esperaría, no iba a marcharme a ningún lado con aquella erección de caballo, solo pensaba en metérsela hasta las orejas, hacía tiempo que nadie me ponía tan cachondo.

Esperé un rato y ella no volvía.

– Debe estar buscando los condones – pensé.

– No puede tardar demasiado.

Pasaron varios minutos y ella seguía sin aparecer, ya casi se me había pasado el calentón cuando decidí subirme los pantalones y salir a ver qué pasaba.

Cuando salí de los servicios me quedé paralizado al comprobar que ella ya no estaba, ni ella ni mi coche, la muy puta se lo había llevado, y seguramente no tenía ni idea de lo que había en el maletero, yo tampoco, solo sabía que acababa de meterme en un lío de tres pares de cojones. Me dirigí a la cafetería, me senté en un taburete, pedí un café con leche y unos donuts. Removí mi café con la cucharilla.

- Qué bien me la has jugado zorra.

Luego, sonreí.

 

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